domingo, 27 de septiembre de 2015

Taro

Una carretera teñida con los colores del otoño. Un amanecer, un atardecer y una canción, constante, embaucadora, casi obsesiva.

Una gota de lluvia en la mejilla, una bocanada de viento en la nuca, gélida, extrañamente apacible.

Un camino incaminable, Un camino atemporal. El camino de una vida o de una parte perenne de ella. El camino donde te encontré y te perdí, donde te soñé y te dejé escapar entre mis dedos, como el aire que se escapa de tu boca cuando ríes, como se escapa la felicidad cuando nos dejamos llevar por nuestras pasiones.

Y te perdí, como se pierden las cosas buenas de la vida. Sin darnos cuenta, sin querérnosla dar.

Quién sabe cómo y dónde. Te perdí y volví a buscarte, entre la lluvia y el barro, entre la sangre y el sudor... y me encontré sin encontrarte, con el amor y la impotencia de quien pierde lo que más quería; entre la desesperación y el temor de haber perdido demasiado.

Un domingo cualquiera del mes de septiembre una parte de mí dejó de ser yo. Menos mal que estabas tú.


Igual que a ti, igual que a mí, la realidad los aplastaba.