lunes, 24 de octubre de 2011

Keep it closer.

Suena la radio en la habitación contigua al compás descompasado de un rayador de pan.
En el resto de la casa reina un silencio sepulcral, apenas interrumpido por el paso de las hojas de un libro olor añejo y la trayectoria rutinaria de una aguja en un botón.
El eco se detiene a través del cristal tallado y unos instantes después apareces tú, radio en mano.
Abandonando el artilugio en un extremo de la mesa, retiras la silla y te sientas con cuidado. Cruzas un brazo sobre el otro y me miras; me observas durante minutos, aún en silencio.
Me pregunto qué es lo que pasa por tu cabeza, te miro de reojo y regreso a mi lectura.
Esta vez la única posible distracción es el firme tic tac del reloj que preside la sala, pero nadie parece prestarle demasiada atención.
El hilo enhebrado está llegando a su fin al igual que el día, pero tú sigues ahí, con los brazos entrelazados y la mirada fija en mí. 
Siempre fue así, ¿verdad? Ahora me doy cuenta.

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Igual que a ti, igual que a mí, la realidad los aplastaba.