domingo, 13 de marzo de 2011

Lince.

Y decían que él era una perdición. Coleccionaba noches de desenfreno y éxtasis en sus entrañas. Los jirones de su piel acallaban los secretos más inconfesables. Nada ni nadie, evidente o improbable, lograba escapar de sus fauces. Salvaje, felino. Sus instintos eran su mejor arma, y la seducción su manera de vivir. Independiente de todo salvo del placer. Sin reglas, sin condiciones. Nada de pasados ni futuros; nada salvo lo sensorial. Y como objetivo, lo extremo. Desconocía el temor, su verde mirada se hizo indemne con el paso del tiempo. Sabía de todo, no quería saber de nada más. Defensor de lo sarcástico y lo metafórico, amante de todos, dueño de todos, pertenencia de ninguno. Él, libre. Pasional, adictivo.
Que no te engañe, su mayor tesoro aun palpita a escondidas, donde nadie lo puede escuchar, donde a nadie se le permite saber, ni siquiera a él.
Ella llegó y se fue. Y volvió y se volverá a ir, desalentada. Y de nuevo volverá, inexorablemente. Por inercia. A él.
...Y decían que él era su perdición.

1 comentario:

  1. oye no te pregunté qué tal el miércoles!
    si es que hay que ponerse al día

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Igual que a ti, igual que a mí, la realidad los aplastaba.